Todo trabajo entraña un riesgo. Esta premisa tan simple parece evidente cuando hablamos de oficios tradicionales en los que el esfuerzo físico desempeña un papel central (agricultura, minería, pesca, construcción…). Ahora bien, para los que desarrollamos nuestras tareas laborales en una oficina, desde la aparente comodidad de la silla y el escritorio, ¿existen también riesgos para nuestra salud? Pues sí, sin lugar a dudas. Quizás los efectos o posibles problemas dentro de un entorno de trabajo corporativo no sean nada espectaculares, pero la prevención ante el síndrome del oficinista es necesaria y muy real.
Para empezar, ¿qué es exactamente el síndrome del oficinista? En los años 90 del siglo pasado empezó a acuñarse el concepto de oficina enferma para designar aquellos entornos de trabajo en los que los trabajadores presentaban toda una serie de síntomas negativos como dolores de cabeza, musculares, picor de nariz y garganta, sequedad de las mucosas, irritación de los ojos, molestias gastrointestinales… Toda esta sintomatología desaparecía fuera del horario laboral y, lógicamente, también durante los fines de semana y los periodos de vacaciones. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada cuatro trabajadores padece esta afectación, que puede darse en personas perfectamente sanas o bien empeorar enfermedades previamente diagnosticadas. Evidentemente, todo esto afecta a su productividad, y el síndrome del oficinista es motivo de infinidad de bajas laborales. Un estudio reciente del Instituto de Biomecánica de Valencia revela que la mitad de los españoles que trabajan en una oficina presentan problemas posturales, mientras que según la Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo realizada en 2011 por el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo el 77% de los empleados administrativos padece trastornos musculoesqueléticos en la zona del cuello, espalda dorsal y lumbares, además de problemas de circulación sanguínea. Como vemos, el síndrome del oficinista actúa como un asesino silencioso… Minando poco a poco nuestras condiciones generales de salud para hacerse sentir al final.
Para prevenir este fenómeno es muy importante adoptar toda una serie de rutinas, bien sencillas, que nos ayudarán a atenuar los efectos negativos y de desgaste que acarrea un exceso de trabajo continuo en una oficina. Se trata de ciertas pautas y medidas que cada empresa debe observar de forma sistemática para no caer en el círculo vicioso que desemboca en esta espiral negativa de malestar general. Por ejemplo, los expertos aconsejan apartar la mirada de la pantalla del ordenador a menudo para descansar la vista, además de levantarnos de la silla cada 40 o 50 minutos y realizar, durante al menos 10 minutos, alguna tarea de pie o caminando. De hecho, pasarnos todo el día sentados no es precisamente bueno para la salud. Una investigación llevada a cabo por el British Journal of Sports Medecine advierte que nos pasamos la mitad de nuestra vida sentados, y que esto aumenta exponencialmente el riesgo de morir de casi cualquier enfermedad imaginable… Sin dramatizar, es cierto que tras 4 horas sin variar la posición en la silla, la contracción muscular resultante desemboca en la compresión continua de los vasos sanguíneos, dificultando así la eliminación de residuos celulares y provocando un nivel de fatiga que obliga a detener la tarea. Haríamos bien en despegar el culo de la silla, aunque sea pensando sólo en nuestra salud. Por último, la temperatura de nuestro puesto de trabajo también es fuente de multitud de quejas y conflictos, incluso entre los propios empleados. Lo cierto es que no existe ninguna normativa que trate de la calidad del aire pero, de nuevo, muchos especialistas aconsejan que ésta no se salga del margen de entre 20 y 24 grados en invierno y entre 22 y 23 en verano, aunque la climatología del país también juega un papel clave. En cuanto al grado de humedad, se aconseja que se sitúe entre el 30 y el 60 por ciento ya que si es inferior las mucosas se resecan y es más fácil que los gérmenes proliferen en los sistemas de ventilación.
En definitiva, el síndrome del oficinista está lejos de ser un mito y, aunque las soluciones para combatirlo son fáciles y estén al alcance de cualquiera, pasarlas por alto puede tener, a medio plazo, un alto coste para la salud de nuestros trabajadores y para la compañía en general. Una empresa enferma, por encima de todo, es una empresa improductiva.