Según la Fundación Europea para las Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, el 30% de los trabajadores europeos padece estrés laboral, lo que se traduce en un coste económico de 20.000 millones de euros en gastos sanitarios. Además, es la segunda causa de baja laboral en la Unión Europea, sin contar la pérdida de productividad. Y no nos olvidemos de que en el caso de la mujer, que en la mayoría de los casos, aparte de realizar su trabajo fuera de casa, suelen realizar y se responsabilizan de la mayor parte del trabajo familiar y doméstico. Esto puede conllevar que las mujeres sean más propensas a sufrir estrés laboral que los hombres.
El estrés en el trabajo aparece cuando las exigencias del entorno laboral superan la capacidad de las personas para hacerles frente o mantenerlas bajo control. No es una enfermedad pero, si se sufre de una forma intensa y continuada, puede provocar problemas de salud física y mental: ansiedad, depresión, enfermedades cardiacas, gastrointestinales y musculoesqueléticas. Estudios realizados en la Unión Europea sugieren que entre el 50% y el 60% del total de los días laborales perdidos está vinculado al estrés.
Estos datos nos llevan a pensar en el estrés como algo negativo para nuestra salud y nuestro trabajo. No obstante, algunos entendidos piensan que esta idea no es del todo correcta, y que según como cada uno nos enfrentemos al estrés, éste repercute en nosotros de una manera positiva o negativa.
Un estrés negativo nos paraliza y nos angustia. Pero un estrés positivo nos activa como personas y como trabajadores y saca nuestras ganas de sacar lo mejor de nosotros mismos y avanzar en nuestra trayectoria laboral.
Entonces, ¿cómo hacemos para convertir el estrés negativo en positivo?
Partamos de la idea de que el estrés es necesario y que de no ser así, la especie humana nunca habría llegado a evolucionar como lo ha hecho. Mediante el estrés nos enfrentamos a los problemas y a las situaciones negativas y en nuestra mano está superarlas con éxito. Por lo tanto, el estrés nos hace desarrollar una agudeza mental para combatir estos estados de alerta o amenaza.
Los síntomas son claros. Sentimos ansiedad, se nos acelera el corazón, nos cuesta respirar e incluso padecemos insomnio. Esto es debido a que nos parece que no podemos controlar la situación, y es normal. Lo que debemos hacer es gestionar nuestra respuesta emocional y tratar de minimizar ese estrés para que no nos paralice. Existen algunas pautas muy sencillas que podemos seguir:
1. Tomar conciencia de qué nos estresa y conocer qué síntomas nos provoca.
2. Aprender a priorizar.
3. No sobredimensionar los problemas.
4. Atreverse a tomar decisiones.
5. Aceptar la posibilidad de error.
6. Relajarse, “saber pisar el freno” en nuestro día a día.
7. Aprender a pedir ayuda.
8. Aprender a decir no.
9. Reírnos más en el trabajo.
10. Cuidarnos físicamente.
¿Y la empresa? Pues también puede aportar su granito de arena según el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene:
1 Facilitar una descripción clara del trabajo que hay que realizar de los medios materiales de que se dispone y de las responsabilidades. El desconocimiento se traduce en una sensación de incertidumbre y amenaza.
2 Asegurarse de que las tareas sean compatibles con las capacidades y los recursos de los individuos y proporcionar la formación necesaria para realizarlas de forma competente, tanto al inicio del trabajo como cuando se produzcan cambios.
3 Controlar la carga de trabajo. Tanto un exceso de trabajo como la poca actividad pueden convertirse en fuentes de estrés.
4 Establecer rotación de tareas y funciones en actividades monótonas y también en las que entrañan una exigencia de producción muy elevada.
5 Proporcionar el tiempo que sea necesario para realizar la tarea de forma satisfactoria, evitando prisas y plazos de entrega ajustados.
6 Prever pausas y descansos en las tareas especialmente arduas, físicas o mentales.
7 Favorecer iniciativas de los individuos en cuanto al control y el modo de ejercer su actividad.
8 Explicar la función que tiene el trabajo de cada individuo en relación con toda la organización, de modo que se valore su importancia dentro del conjunto de la actividad de la empresa.
9 Diseñar horarios laborales que no entren en conflicto con las responsabilidades no relacionadas con el trabajo (vida social).
10 Evitar ambigüedades en cuestiones como la duración del contrato de trabajo y el desarrollo de la promoción profesional. Potenciar el aprendizaje permanente y la estabilidad de empleo.
Si seguimos estas indicaciones, seguro que llegaremos a reducir esa sensación que nos provoca pánico y no nos deja desarrollar correctamente nuestro trabajo. Y lo más importante, será beneficioso para el trabajador y también para la propia empresa.