Cada día observamos a nuestro alrededor como la mayoría de nuestros productos de papel y cartón, suelen estar etiquetados con información acerca de los aspectos ambientales que se han tenido en cuenta en alguna de las etapas de su ciclo de vida. A través de este conjunto de etiquetas, los fabricantes y distribuidores de este tipo de productos comunican aspectos relacionados con el medio ambiente o la sostenibilidad.
La norma ISO 14024, de etiquetado ecológico tipo I, define las etiquetas ecológicas como programas voluntarios, multicriterio y desarrollados por un tercero, que concede una licencia de uso de las etiquetas ecológicas en un producto, e indica que se trata de un producto ambientalmente preferible con respecto a otro de su misma categoría.
Diferentes organismos públicos como la Unión Europea, algunos gobiernos nacionales e incluso diferentes comunidades autónomas, han desarrollado diversos programas de etiquetas ecológicas. Por su parte, cada programa contempla diferentes categorías de productos de papel y cartón en función de una clasificación propia basada en unos criterios ecológicos.
Por ejemplo, la Ecoetiqueta Europa para la categoría de producto papel tisú, contempla que este material debe ser de fibra virgen o reciclada, y exige que el 50% de las fibras vírgenes deben proceder de unos bosques que hayan sido explotados de una manera sostenible.
Otro ejemplo lo encontramos en el Ángel Azul, que nace en Alemania. Se utiliza para la categoría de productos de papel para uso sanitario hechos de papel reciclado, y contempla únicamente la posibilidad de que se encuentren elaborados con fibras 100 % recicladas.
En la fabricación del papel se generan diferentes tipos de residuos en función del papel fabricado, la materia prima y el propio proceso de producción. Según el Plan Nacional Integrado de Residuos 2008-2015, el 96% de los residuos que se generan en el sector papelero no aportan peligro para el medio ambiente, por lo que solo hay que estar atento a ese 4% restante que puede dañar nuestro ecosistema.
Se calcula que en España, más del 60% de los residuos que proceden del proceso de fabricación de papel, se clasifican como valorizados (derivados del uso agrícola, del compostaje, o de las industrias cerámica y cementera). Únicamente, menos del 40% de los mismos se depositan en vertederos.
La gestión sostenible de los bosques es otro de los factores importantes a tener en cuenta dentro de la industria de la papel. La aplicación de los estándares FSC es una medida que trata de asegurar una gestión forestal responsable y sostenible, por lo que todo aquello que se certifique por el FSC, es sinónimo de una buena gestión medioambiental.
Otro certificado que vigila por el medio ambiente es el PEFC. Según los últimos datos, se calcula que un 34% de la superficie forestal de Europa dispone de este sello. Su objetivo principal es el de apostar por un equilibrio social, económico y medioambiental de la gestión de los bosques del mundo.
En definitiva, las etiquetas ambientales son un tipo de mecanismos que vigilan por una fabricación sostenible y por un respeto hacia el medio ambiente en cada fase del proceso de producción.